Somos la única especie que educa a sus crías. Esto es lo que nos define. Aprendemos y transmitimos lo aprendido. Gracias a este mecanismo, la inteligencia se ha recreado a sí misma, porque aprender es utilizar una competencia para ampliar esa misma competencia, iniciando así un bucle ascendente y prodigioso. La evolución biológica depositó a los humanos en la playa de la evolución cultural, es decir, de la educación. Y ahí seguimos.
Este primer párrafo da inicio al libro ‘La inteligencia que aprende’, escrito por Carmen Pellicer y José Antonio Marina, y editado por Santillana. A través de él, los autores pretenden, por un lado, buscar las claves que hacen que las mentes de los alumnos se pongan en acción con el objetivo de comprender mejor lo que hay detrás de sus reacciones y comportamientos; y por otro, ayudar a diseñarlas aulas de una manera rigurosa y creativa para que el aprendizaje se haga efectivo de una manera más fácil para todos.
La inteligencia humana, esa gran maquinaria, está compuesta de dos partes: la inteligencia generadora, de donde vienen las ocurrencias; y en un nivel superior, más sofisticado y tardío en evolución, la inteligencia ejecutiva. Esta última es la que se encarga, a partir de lo que somos conscientes, de tomar decisiones, frenar los impulsos, controlar la memoria, evaluar, organizar, modular… todo lo que procede del primer nivel. El talento aparece cuando esos dos niveles cooperan de buena manera.
José Antonio Marina y Carmen Pellicer han elaborado una teoría de la inteligencia ejecutiva que comienza por la neurología y termina en la ética, lo que proporciona un marco claro para la escuela.
Aquí os dejamos un vídeo en el que los autores hablan del libro.
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